– Desarrollar la creatividad del actor en escena. Su ser artista. Su dimensión interior (antes que su técnica actoral)
– Potenciar la escencia de cada actor. Que el interprete reconozca su personaje más ensayado en la vida, su personaje mas andado en escena.
– Ayudarles a ser un espejo más lúcido de sí mismos.
– Desarrollar la capacidad de vivenciar nuestro oficio como algo necesariamente lúdico, obligadamente creativo, ayudandoles a recobrar o potenciar la relación con su ser artista (el niño interior)
– Desarrollar la versatilidad, poniendo bajo la lupa y luz todo lo que el intérprete rechaza o trae en sombra.
– Desarrollar la confianza infinita en el interprete, que le permita dejar de pensar en su expresión, y regodearse en lo que se presenta como algun tipo de ¨carencia¨ y pasar al acto de actuar frente a público. De crear. De mostrarse. Siempre en acto. Así como un cirujano aprende su oficio en acto de operar, más que asistiendo y un mecánico desarmando el motor y volviendolo a armar (más que hablando o leyendo sobre el tema), o un piloto se prepara para transporter pasajeros sumando horas de vuelo, nosotros los interpretes crecemos en la incomodidad de mostrarnos sin experiencia alguna.
– Adquirir o expandir la capacidad de improvisación, entendida como una fuente muy poderosa de nuestra creatividad.
– Potenciar el desarrollo corporal y físico a través de distintas dinámicas, ejercicios, juegos…
– Aprender a interpretar papeles, escenificar y realizar montajes teatrales.
– Equilibrar. Tal vez todo nuestro trabajo como guias este destinado a volver más laxo lo rígido, más suave lo intransigente, más fino lo robusto, más fuerte lo débil. Todo el trabajo sea ecualizar.